
“Para Argentina vale el ejemplo del mito de Sísifo: hemos tenido muchos ascensos y caídas” Carlos Abeledo. Químico, ex presidente del Conicet (1984-1989) ClarínMarch 9, 2025Damián Toschi Especial para Clarín G. RODRIGUEZ ADAMI -“La ciencia no es cara; cara es la ignorancia”, dijo alguna vez Bernardo Houssay. ¿Cómo se enlaza esta afirmación con el presente de la Argentina en materia de ciencia? Este momento es complicado porque el financiamiento de la ciencia está parado. Es una situación peligrosa porque, en la medida que los grupos de investigación no tienen financiamiento, peligran los trabajos de investigación. Creo que la continuidad de muchos grupos de investigación está amenazada. Hay un colega y amigo peruano, Francisco Sagasti, que escribió un libro sobre el desarrollo de la ciencia y la tecnología en Perú. Allí hace una analogía con el desafío de Sísifo, aquel al que los dioses le dijeron que tenía que empujar una piedra cuesta arriba por una ladera empinada. Este ejemplo vale para la Argentina, porque hemos tenido muchos ascensos y caídas, avanzar y retroceder. Parece un destino. -En ese avanzar y retroceder, ¿de dónde venimos y hacia dónde vamos? Hay una historia del desarrollo científico que está muy centrada en algunos científicos excelentes, en varias disciplinas: Bernardo Houssay, Luis Federico Leloir, Félix González Bonorino (Geología), Alberto Soriano (Agronomía), Venancio Deulofeu (Química Orgánica), Ramón Gaviola (Física). Todos estos fueron, en gran medida, esfuerzos individuales o situaciones puntuales en algunas instituciones. La historia más coherente comienza en la década de 1950, cuando se crean la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) y el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), acompañado de todo un proceso de renovación en las universidades, que recobran su autonomía a finales de los años ‘50, y empiezan a financiar ciencia y profesores con dedicación exclusiva. Después de eso, la primera interrupción ocurre en 1966, con el derrocamiento de Arturo Illia. Ese golpe produjo, en algunas universidades, un éxodo de profesores e investigadores. Otro momento fue el golpe de Estado de 1976, que produce un éxodo mayor. La tercera etapa, de reconstrucción y crecimiento, comienza en 1983. Este construir y reconstruir, que incluye la formación de investigadores, es un proceso lento, muy costoso y que lleva algunas décadas. -Lo que dice lleva a pensar que invertir en ciencia es, necesariamente, pensar a largo plazo… Sí, hay que pensar en el largo plazo. La formación de un investigador activo es un proceso de 15 o 20 años. Por eso, la destrucción de un centro de investigación implica volver a empezar: tener un nuevo líder que vaya formando investigadores jóvenes. Además de todo el trabajo - sobre todo en las ciencias experimentales - de construir laboratorios, líneas de investigación, etcétera. -¿Qué cree que representan la ciencia y la tecnología para la mayoría de la sociedad argentina? La experiencia muestra que, en general, la sociedad respeta a los científicos, tienen un reconocimiento por los resultados de las investigaciones y su formación. De hecho, la buena enseñanza universitaria depende de profesores que son investigadores y están actualizados, capaces, sobre todo, de brindar una formación que no solo enseñe hechos o datos, sino que enseñe a pensar, a tener una actitud de búsqueda y aprendizaje. Para eso se necesita un ambiente donde se fomente el proceso creativo. -Argentina cuenta con tres Premio Nobel en ciencias: Bernardo Houssay, César Milstein y Luis Federico Leloir ¿Por qué fueron posibles? Son tres casos particulares. El de Houssay fue, principalmente, un mérito individual. Lentamente y con mucho esfuerzo, desarrolló un grupo de investigación en fisiología. En 1943, fue separado de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires por haber firmado una solicitada, junto a otros investigadores e intelectuales, en contra del golpe de Estado. Leloir, por su parte, desarrolló gran parte de su trabajo en el Instituto de la Fundación Campomar. Además, estuvo varios años en Inglaterra y Estados Unidos. Cuando volvió a la Argentina, en 1945, trabajó junto a Houssay, formando varios investigadores jóvenes. Milstein, en tanto, vuelve a la Argentina después de obtener un doctorado en la Universidad de Cambridge y trabaja como investigador en el Instituto Malbrán, entre 1958 y 1962. Luego vuelve a Inglaterra y se nacionaliza británico. -¿Dónde ubica a Gregorio Klimovsky y Manuel Sadosky en la tradición científica desarrollada desde los años 70’? Los conocí bien a los dos. Eran profesores de la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires, donde me recibí a finales de la década del ‘50. Tuve mucho contacto con Sadosky en 1983, trabajé con él durante los años previos al retorno de la democracia. Luego, cuando Raúl Alfonsín le ofreció la Secretaría de Ciencia y Técnica de la Nación, me invito a hacerme cargo del Conicet y tratar de reconstruirlo. Eso fue como cargar la piedra de Sísifo. -Jorge Sábato y Natalio Botana, en un ensayo publicado en 1970, afirman que la ciencia y la tecnología son promotores catalíticos del cambio social ¿Por donde pasa ese desafío en el siglo XXI? En ese artículo, utilizando como ejemplo la figura del triángulo, Sábato ejemplifica la interacción entre la ciencia, la industria y las políticas de gobierno. Se plantea una relación virtuosa entre las partes. -Hace muchos años, el investigador y científico Marcelino Cereijido sostuvo que la ciencia avanza cuando el oscurantismo está distraído. ¿Cree que eso es así? En parte sí. Esa idea surge en los años ‘70, frente al oscurantismo de los gobiernos militares. Pero Cereijido también piensa algo muy interesante. Dice que muchas veces los científicos hablan de la necesidad de apoyar a la ciencia. Frente a eso, él plantea la necesidad de apoyarse en la ciencia. Creo que para que la ciencia avance se necesitan políticas positivas de los gobiernos. También una ciencia que interactúe con las necesidades sociales y técnicas de la sociedad. -Usted fue presidente del CONICET entre 1984 y 1989, durante el gobierno de Raúl Alfonsín. En función del tiempo trascurrido ¿cómo ve hoy la relación entre ciencia y democracia? Para el desarrollo de la ciencia se necesita un ambiente democrático imprescindible. En este punto, discrepo con Cereijido y su idea de que la ciencia se desarrolla cuando el oscurantismo está distraído. No. La ciencia se desarrolla en un ambiente democrático porque necesita de la libertad de pensamiento, y viceversa: la democracia necesita de la ciencia para fortalecer su desarrollo. Hay una relación biunívoca, de ida y vuelta, entre ciencia y democracia. ■ Sent from my iPad
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Marta Hallak